domingo, 28 de diciembre de 2008

Un cuento de Navidad...(i)


En la bulliciosa ciudad de Istahad había una vez un joven talabartero, de nombre Asrum, que, nada más dar término a sus faenas, cerraba su taller y se iba por las huertas anochecidas a robar fruta, pues era mucha la afición que a su dulzor le había cogido y era mucho el dinero que esa afición le costaría si no le diese satisfacción mediante el hurto. Le gustaban a Asrum los dátiles, sí, y los célebres nísperos de las tierras de Játuba, y los carnales damascos; cualquier fruta le gustaba en realidad, pero de todas ellas sentía predilección por los frutos morados de la higuera breval, y a cestas los robaba él cuando era temporada.

Un día de tantos, aunque especialmente caluroso, se hallaba Asrum sentado a la puerta de su taller, repujando pellejos, cuando oyó casualmente una conversación entre dos vecinos: «Escucha lo que voy a decirte, Karim Al-Hahchah: si los higos de las mujeres tuviesen el mismo sabor que los higos que dan las higueras de Egipto, ellas serían felices por comidas y nosotros dichosos por glotones. Ten en cuenta, además, que si el higo de las mortales tuviese sabor a higo verdadero, más nos valdría prevenirnos de imaginar siquiera qué sabor habrían de tener los higos de las huríes que nos esperan impacientes en el Paraíso», y ambos vecinos rompieron a reír.

Tras oír este descabellado parlamento, Asrum dejó la gubia en su regazo y se puso a meditar: «Creo que en esa obscenidad que acabo de oír se esconde la llave de mi buenaventura: sólo lograré ser feliz si encuentro a una mujer cuyo sexo tenga sabor a higo de higuera breval, pues ése es el sabor que más me gusta». Y no es que Asrum tuviera la razón extraviada, según pudiera desprenderse de esta insensata conclusión, sino que de repente se había acordado de la enseñanza que le ofreció una vez un mago hambriento y errante, natural de Catay, a cambio de una torta de avena: «El sabor de tu vida dependerá del sabor de la fruta que comas. Si comes frutas ácidas, ácida será tu vida. Si dulces, dulces serán tus días sobre la Tierra. Si insípidas, serán insípidas tus horas. Todo depende de la fruta que elijas morder en la vida. Y, por raro que parezca, se puede elegir en muchos casos».

En su día, Asrum, como es natural, atribuyó este consejo a la afición legendaria de los de Catay a la alegoría y a la parábola, pues de suyo son las gentes de allí muy aficionadas a componer guirnaldas de lotos y de alas de mariposa con el más inconsútil de los pensamientos, pero de pronto, al recordarlo, se le reveló aquel consejo con la contundencia de un dogma: «El sabor. Todo depende del sabor», se dijo Asrum, «y a mí me gusta, más que cualquier otra, la fruta que da la higuera breval, de modo que si quiero ser feliz, debo encontrar a una mujer que me respete y que tenga sabor a breva, y espero que Alá no me confunda en esa búsqueda, sino que, por el contrario, me ilumine en ella, pues ha de resultarme sin duda fatigosa», pensó Asrum, meditabundo, y prosiguió: «He oído a los hombres contar muchas cosas sobre los cuerpos de las mujeres, pero jamás he oído a nadie decir que alguna de ellas tuviera en la parte más secreta de sí el sabor de la breva. La textura sí, pero no el sabor».

Con Alá a favor o en contra, el caso fue que tanto se enredó Asrum en estas cavilaciones, y a lo largo de tanto tiempo, que llegó el día en que decidió cerrar su negocio, dispuesto a comenzar de inmediato su búsqueda por el mundo de una mujer cuyo sexo tuviese el sabor del fruto que da la higuera breval, pues daba él por hecho que ninguna de las toscas mujeres de Istahad podría ofrecérselo, de modo que cogió sus ahorros exiguos y a correr mundo se fue, con el solo equipaje de su ilusión y con el solo mapa del azar, que es siempre incierto.

Por muchas ciudades y países vagó Asrum en busca de la mujer de la fruta ingastable, pues más jugosa y fresca sería esa fruta cuanto más se comiera de ella, según pronosticaba. Era apuesto Asrum, y siempre tuvo un trato amable con todos, por ser él de muy limpio corazón. Sólo sus manos, manchadas por las tinturas que se aplican al cordobán, evitaban pensar de él que fuese el hijo de un alfaquí o el heredero de una gran tienda de alfombras. Errabundo, en fin, anduvo Asrum, y sus paisanos se preguntaban al pasar frente a su taller cerrado: «¿Qué habrá sido de Asrum?».
En sus idas y venidas por el mundo, que fueron sinuosas, conoció Asrum a muchas mujeres, algunas de ellas muy bellas, y casi todas le gustaron, y a varias de ellas llegó a amar, pues resultaron tener espíritus serenos y benévolos, pero ninguna le dispensó el sabor de la breva, y él mantenía la superstición de que su felicidad se cifraba en el hecho de encontrar a una mujer que pudiera regalarle cada noche el placer de devorar una fruta carnal y caldosa, pues había ascendido a rango de precepto, según ha quedado ya dicho, la enseñanza del mago de Catay: la ventura de la vida de un hombre depende de un sabor, y él pretendía llevar una vida venturosa, y necesitaba, por tanto, lamer en lo dulce. Hubo en las aventuras de Asrum mujeres que tenían un sabor a cola de sirena, las que lo tenían a leche de cabra o a almizcle.

En Kandahar durmió con una bailarina a la que un amante despreciado le había cortado la lengua, y resultó tener ella un sabor excelente: el del fruto aún verde de la planta a la que llaman ambrosía, amargo y delicado, pero no era esa la fruta que él buscaba. Durmió otra noche en Nicosia, allá en Chipre, junto a una adolescente oscura de piel y de espíritu, de pechos muy pequeños pero ya caídos, y en ella halló el sabor del dátil maduro, que era sabor muy del gusto de Asrum, pero tampoco era ese el sabor de mujer que él buscaba. Como es de suponer, Asrum, a pesar de llevar en el corazón el peso alado de su quimera, que es un peso que hace etéreos a los hombres, necesitaba alimentarse, de modo que por las noches se adentraba en los huertos y robaba fruta, no siempre con bien: más de una vez lo apalearon, más de una vez lo apedrearon y en muchas ocasiones tuvo que huir del modo en que sólo saben huir los que ven a un demonio de mirada tricolor.

En una de esas huidas, cayó Asrum en una zanja y se rompió un brazo. El brazo roto de Asrum no le ayudaba en sus tareas galantes, pues suelen preferir las mujeres hermosas a los hombres enteros; aun así, antes de curarse la fractura, conoció a una tejedora que tenía el sabor del limón caliente, a una esclava que no tenía sabor alguno y a una niña que atesoraba el sabor confuso de un mar. Estos reveses enturbiaban las meditaciones de Asrum: «Seré siempre un desdichado. Nunca encontraré a la mujer de la que depende mi felicidad. Nunca encontraré ese sabor en mujer alguna, y moriré insatisfecho y solitario». Pero cada nuevo amanecer le reservaba un chispazo de optimismo: «Hoy es un día hermoso. El cielo está limpio. El aire es un oro en polvo que flota. Buen presagio. Hoy puede ser el día deseado en que encuentre a la mujer que busco». Y así, entre ilusiones renovadas diariamente, iba probando Asrum los sabores íntimos de las muchachas, viudas y rameras que hallaba a su paso, pero ninguna proporcionaba deleite suficiente a su paladar, que sólo para el sabor de la breva parecía tener papilas, pues todos los restantes despreciaba.

«Ay de mí», se lamentaba Asrum, «que tan desdichado soy: mi felicidad se cifra en un imposible», pues tanto manjar decepcionante había probado ya, que daba por iluso el propósito de hallar el sabor de la breva en mujer alguna de Oriente o de Occidente. Cuando se le agotaron sus ahorros, Asrum se convirtió en mendigo, al poco se transformó en un bebedor y más tarde descendió a la categoría de charlatán brumoso de taberna. «Ayuden a este desdichado que se ve así por haber alimentado el sueño que le inspiraron duendes fantasiosos. Una moneda para este hombre que morirá sin haber sido feliz», imploraba Asrum en el bullebulle de los zocos, sentado en el suelo con la mano extendida y los ojos clavados en la gente.

De "El sabor" Felipe Benítez Reyes, Rota 1999

2 comentarios:

Miguel dijo...

... Acabo de recibir
un bonito regalo
que te devuelvo en forma
de lienzo para dibujar
este tierno sensual y
navideño abrazo

variopaint dijo...

gracias Miguel...

otro para tí....