viernes, 30 de diciembre de 2011
sábado, 27 de agosto de 2011
Pechos
Parte del cuerpo de la mujer preferida por casi todos los hombres...
montañas del deseo tan suaves y aterciopeladas, protector del corazón de la mujer, comida y descanso para los bebés...
Pechos... que guardan recuerdos de un ex amor, sentimientos que se han quedado ahí grabados. La sensación de distintas lenguas bordeando y mordisqueando los pezones buscando la satisfacción de la mujer.
Pequeños volcanes que quieren ser tocados por unas manos que los hagan vibrar levantando los pezones...Pechos...tan redonditos y tan bonitos...que podría estar todo el día frente al espejo mirándomelos y tocándomelos...lo sé, peco de engreída y pido perdón, ¿Pero a quíen no le gusta unos pechos llenos de pasión?
Besos...
Inocencia Prohibida
lunes, 2 de marzo de 2009
martes, 3 de febrero de 2009
Cosas del pollo...
¿Por qué el pollo cruzó la carretera?
PLATÓN: Por su bien. Al otro lado de la carretera se encuentra la verdad.
ARISTÓTELES: Está en la naturaleza del pollo el cruzar las carreteras.
KARL MARX: Era históricamente inevitable.
CAPITAN JAMES T. KIRK: Para llegar adonde ningún otro pollo había llegado antes.
HIPÓCRATES: Ha cruzado la carretera por culpa de un exceso de secreciones en el páncreas.
MARTIN LUTHER KING: He tenido un sueño donde todos los pollos eran libres de cruzar una carretera sin tener que justificar sus actos.
MOISÉS: Y Dios descendió del paraíso y le dijo al pollo: 'cruza la carretera'.Y el pollo cruzó y Él vio que esto era bueno.
RICHARD M. NIXON: El pollo no cruzó la carretera, repito, el pollo no cruzó nunca la carretera.
NICOLÁS MAQUIAVELO: Lo importante es que el pollo cruzó la carretera. ¿A quién importa el porqué? Solamente el fin de atravesar la carretera ya justifica cualquier motivo que hubiera tenido.
SIGMUND FREUD: El hecho de que te preocupe por qué el pollo cruzó la carretera ya revela tu fuerte sentimiento de inseguridad sexual latente.
BILL GATES: Precisamente acabamos de terminar el nuevo programa 'OfficePollo2008' que, además de cruzar las carreteras, será capaz de incubar huevos, archivar los documentos importantes, etc.
BUDA: Preguntarse tal cosa (por qué el pollo cruzó la carretera) es renegar de tu propia naturaleza de pollo.
GALILEO: Y sin embargo, cruza.
FEDERICO TRILLO Y ANA PALACIO: Puede que cruzara o puede que no cruzara.
ACEBES Y ZAPLANA: El pollo cruzó la carretera para reunirse con los de ETA.
JOSE MARIA AZNAR: Mire usted, el pollo iba en misión humanitaria.
MARIANO RAJOY: El pollo cruzó la carretera manipulado por el PSOE, para ir a manifestarse en contra del PP.
ZAPATERO: ¿Los pollos votan? El Estado destinará una ayuda de 4.000 EUR para aquellos pollos que crucen carreteras. Esa cantidad se irá suministrando sólo a los pollos que paguen IRPF a razón de 2 granos de maíz al trimestre.
SOLBES: Nosotros nunca hemos negado que existan pollos en las carreteras. En los próximos años subirá un 10% el número de ellos.
GARZÓN: Me considero competente para investigar todos los pollos que han sido atropellados en la carretera por conductores franquistas y averiguar dónde fueron enterrados.
LA MINISTRA BIBIANA AIDO: ¿Y por qué no se habla de las pollas que cruzan por carreteros y caminas?
PEPIÑO BLANCO: Eso es esatamente el efeto que han efetuado los del PP: La movilidad pollera fascista.
CANDIDO CONDE PUMPIDO: Hay que procesar a todos los pollos que cruzaron la carretera ese día pues era ilegal.
LA IGLESIA DE LA CIENCIOLOGIA: La razón está en vosotros, pero no la conocéis todavía. Mediante un módico pago de 1.500$, más el alquiler de un detector de mentiras, le haremos un análisis psicológico que nos permitirá descubrir la razón.
BILL CLINTON: Juro sobre la constitución que no ha pasado nada entre el pollo y yo.
EINSTEIN: El hecho de que sea el pollo el que cruce la carretera o que sea la carretera la que se mueva bajo el pollo, depende. Es un asunto relativo al referencial.
KUNG FU: El pollo puede cruzar la carretera en vano, solo el Maestro conoce el ruido de su sombra detrás de la pared.
STALIN: Hay que fusilar al pollo inmediatamente, y también a los testigos de la escena y a diez personas más escogidas al azar por no haber impedido este acto subversivo.
GEORGE W. BUSH: El hecho de que el pollo haya cruzado la carretera a pesar de las resoluciones de la ONU representa un grave ataque a la democracia, la justicia y la libertad. Esto prueba sin ninguna duda que teníamos que haber bombardeado esta carretera hace tiempo. En este nuevo país de justicia, paz y libertad, podemos asegurarles que nunca más un pollo intentará cruzar una carretera, por la simple razón que no habrá más carreteras y que los pollos no tendrán patas. Dios bendiga a América.
MAESTRO DE PRIMARIA: Porque quería llegar al otro lado.
PROFESOR DE SECUNDARIA: Aunque se los explique, queridas bestias, no podrán entenderlo. PROFESOR DE FACULTAD Para saber por qué el pollo cruzó la carretera (tema que se incluirá en el parcial de mañana) lean los apuntes desde la página 2 a la 3.050.
JUAN CARLOS I: ¿Porqué no te callas?
ARISTÓTELES: Está en la naturaleza del pollo el cruzar las carreteras.
KARL MARX: Era históricamente inevitable.
CAPITAN JAMES T. KIRK: Para llegar adonde ningún otro pollo había llegado antes.
HIPÓCRATES: Ha cruzado la carretera por culpa de un exceso de secreciones en el páncreas.
MARTIN LUTHER KING: He tenido un sueño donde todos los pollos eran libres de cruzar una carretera sin tener que justificar sus actos.
MOISÉS: Y Dios descendió del paraíso y le dijo al pollo: 'cruza la carretera'.Y el pollo cruzó y Él vio que esto era bueno.
RICHARD M. NIXON: El pollo no cruzó la carretera, repito, el pollo no cruzó nunca la carretera.
NICOLÁS MAQUIAVELO: Lo importante es que el pollo cruzó la carretera. ¿A quién importa el porqué? Solamente el fin de atravesar la carretera ya justifica cualquier motivo que hubiera tenido.
SIGMUND FREUD: El hecho de que te preocupe por qué el pollo cruzó la carretera ya revela tu fuerte sentimiento de inseguridad sexual latente.
BILL GATES: Precisamente acabamos de terminar el nuevo programa 'OfficePollo2008' que, además de cruzar las carreteras, será capaz de incubar huevos, archivar los documentos importantes, etc.
BUDA: Preguntarse tal cosa (por qué el pollo cruzó la carretera) es renegar de tu propia naturaleza de pollo.
GALILEO: Y sin embargo, cruza.
FEDERICO TRILLO Y ANA PALACIO: Puede que cruzara o puede que no cruzara.
ACEBES Y ZAPLANA: El pollo cruzó la carretera para reunirse con los de ETA.
JOSE MARIA AZNAR: Mire usted, el pollo iba en misión humanitaria.
MARIANO RAJOY: El pollo cruzó la carretera manipulado por el PSOE, para ir a manifestarse en contra del PP.
ZAPATERO: ¿Los pollos votan? El Estado destinará una ayuda de 4.000 EUR para aquellos pollos que crucen carreteras. Esa cantidad se irá suministrando sólo a los pollos que paguen IRPF a razón de 2 granos de maíz al trimestre.
SOLBES: Nosotros nunca hemos negado que existan pollos en las carreteras. En los próximos años subirá un 10% el número de ellos.
GARZÓN: Me considero competente para investigar todos los pollos que han sido atropellados en la carretera por conductores franquistas y averiguar dónde fueron enterrados.
LA MINISTRA BIBIANA AIDO: ¿Y por qué no se habla de las pollas que cruzan por carreteros y caminas?
PEPIÑO BLANCO: Eso es esatamente el efeto que han efetuado los del PP: La movilidad pollera fascista.
CANDIDO CONDE PUMPIDO: Hay que procesar a todos los pollos que cruzaron la carretera ese día pues era ilegal.
LA IGLESIA DE LA CIENCIOLOGIA: La razón está en vosotros, pero no la conocéis todavía. Mediante un módico pago de 1.500$, más el alquiler de un detector de mentiras, le haremos un análisis psicológico que nos permitirá descubrir la razón.
BILL CLINTON: Juro sobre la constitución que no ha pasado nada entre el pollo y yo.
EINSTEIN: El hecho de que sea el pollo el que cruce la carretera o que sea la carretera la que se mueva bajo el pollo, depende. Es un asunto relativo al referencial.
KUNG FU: El pollo puede cruzar la carretera en vano, solo el Maestro conoce el ruido de su sombra detrás de la pared.
STALIN: Hay que fusilar al pollo inmediatamente, y también a los testigos de la escena y a diez personas más escogidas al azar por no haber impedido este acto subversivo.
GEORGE W. BUSH: El hecho de que el pollo haya cruzado la carretera a pesar de las resoluciones de la ONU representa un grave ataque a la democracia, la justicia y la libertad. Esto prueba sin ninguna duda que teníamos que haber bombardeado esta carretera hace tiempo. En este nuevo país de justicia, paz y libertad, podemos asegurarles que nunca más un pollo intentará cruzar una carretera, por la simple razón que no habrá más carreteras y que los pollos no tendrán patas. Dios bendiga a América.
MAESTRO DE PRIMARIA: Porque quería llegar al otro lado.
PROFESOR DE SECUNDARIA: Aunque se los explique, queridas bestias, no podrán entenderlo. PROFESOR DE FACULTAD Para saber por qué el pollo cruzó la carretera (tema que se incluirá en el parcial de mañana) lean los apuntes desde la página 2 a la 3.050.
JUAN CARLOS I: ¿Porqué no te callas?
lunes, 12 de enero de 2009
miércoles, 31 de diciembre de 2008
Variopaint os desea feliz 2009...
Esa color de rosa y azucena,
y ese mirar sabroso, dulce, honesto,
y ese hermoso cuello, blanco, enhiesto,
y boca de rubís y perlas llena;
la mano alabastrina, que encadena
al que más contra amor está dispuesto,
y el más libre y tirano presupuesto
destierra de las almas y enajena;
esa rica y hermosa primavera
cuyas flores de gracias y hermosura
ofendellas no puede el tiempo airado
son ocasión que viva yo, y que muera,
y son de mi descanso y mi ventura
principio y fin, y alivio del cuidado.
Francisco de Quevedo y Villegas (1580 -1645)
domingo, 28 de diciembre de 2008
Un cuento de Navidad...(i)
En la bulliciosa ciudad de Istahad había una vez un joven talabartero, de nombre Asrum, que, nada más dar término a sus faenas, cerraba su taller y se iba por las huertas anochecidas a robar fruta, pues era mucha la afición que a su dulzor le había cogido y era mucho el dinero que esa afición le costaría si no le diese satisfacción mediante el hurto. Le gustaban a Asrum los dátiles, sí, y los célebres nísperos de las tierras de Játuba, y los carnales damascos; cualquier fruta le gustaba en realidad, pero de todas ellas sentía predilección por los frutos morados de la higuera breval, y a cestas los robaba él cuando era temporada.
Un día de tantos, aunque especialmente caluroso, se hallaba Asrum sentado a la puerta de su taller, repujando pellejos, cuando oyó casualmente una conversación entre dos vecinos: «Escucha lo que voy a decirte, Karim Al-Hahchah: si los higos de las mujeres tuviesen el mismo sabor que los higos que dan las higueras de Egipto, ellas serían felices por comidas y nosotros dichosos por glotones. Ten en cuenta, además, que si el higo de las mortales tuviese sabor a higo verdadero, más nos valdría prevenirnos de imaginar siquiera qué sabor habrían de tener los higos de las huríes que nos esperan impacientes en el Paraíso», y ambos vecinos rompieron a reír.
Tras oír este descabellado parlamento, Asrum dejó la gubia en su regazo y se puso a meditar: «Creo que en esa obscenidad que acabo de oír se esconde la llave de mi buenaventura: sólo lograré ser feliz si encuentro a una mujer cuyo sexo tenga sabor a higo de higuera breval, pues ése es el sabor que más me gusta». Y no es que Asrum tuviera la razón extraviada, según pudiera desprenderse de esta insensata conclusión, sino que de repente se había acordado de la enseñanza que le ofreció una vez un mago hambriento y errante, natural de Catay, a cambio de una torta de avena: «El sabor de tu vida dependerá del sabor de la fruta que comas. Si comes frutas ácidas, ácida será tu vida. Si dulces, dulces serán tus días sobre la Tierra. Si insípidas, serán insípidas tus horas. Todo depende de la fruta que elijas morder en la vida. Y, por raro que parezca, se puede elegir en muchos casos».
En su día, Asrum, como es natural, atribuyó este consejo a la afición legendaria de los de Catay a la alegoría y a la parábola, pues de suyo son las gentes de allí muy aficionadas a componer guirnaldas de lotos y de alas de mariposa con el más inconsútil de los pensamientos, pero de pronto, al recordarlo, se le reveló aquel consejo con la contundencia de un dogma: «El sabor. Todo depende del sabor», se dijo Asrum, «y a mí me gusta, más que cualquier otra, la fruta que da la higuera breval, de modo que si quiero ser feliz, debo encontrar a una mujer que me respete y que tenga sabor a breva, y espero que Alá no me confunda en esa búsqueda, sino que, por el contrario, me ilumine en ella, pues ha de resultarme sin duda fatigosa», pensó Asrum, meditabundo, y prosiguió: «He oído a los hombres contar muchas cosas sobre los cuerpos de las mujeres, pero jamás he oído a nadie decir que alguna de ellas tuviera en la parte más secreta de sí el sabor de la breva. La textura sí, pero no el sabor».
Con Alá a favor o en contra, el caso fue que tanto se enredó Asrum en estas cavilaciones, y a lo largo de tanto tiempo, que llegó el día en que decidió cerrar su negocio, dispuesto a comenzar de inmediato su búsqueda por el mundo de una mujer cuyo sexo tuviese el sabor del fruto que da la higuera breval, pues daba él por hecho que ninguna de las toscas mujeres de Istahad podría ofrecérselo, de modo que cogió sus ahorros exiguos y a correr mundo se fue, con el solo equipaje de su ilusión y con el solo mapa del azar, que es siempre incierto.
Por muchas ciudades y países vagó Asrum en busca de la mujer de la fruta ingastable, pues más jugosa y fresca sería esa fruta cuanto más se comiera de ella, según pronosticaba. Era apuesto Asrum, y siempre tuvo un trato amable con todos, por ser él de muy limpio corazón. Sólo sus manos, manchadas por las tinturas que se aplican al cordobán, evitaban pensar de él que fuese el hijo de un alfaquí o el heredero de una gran tienda de alfombras. Errabundo, en fin, anduvo Asrum, y sus paisanos se preguntaban al pasar frente a su taller cerrado: «¿Qué habrá sido de Asrum?».
En sus idas y venidas por el mundo, que fueron sinuosas, conoció Asrum a muchas mujeres, algunas de ellas muy bellas, y casi todas le gustaron, y a varias de ellas llegó a amar, pues resultaron tener espíritus serenos y benévolos, pero ninguna le dispensó el sabor de la breva, y él mantenía la superstición de que su felicidad se cifraba en el hecho de encontrar a una mujer que pudiera regalarle cada noche el placer de devorar una fruta carnal y caldosa, pues había ascendido a rango de precepto, según ha quedado ya dicho, la enseñanza del mago de Catay: la ventura de la vida de un hombre depende de un sabor, y él pretendía llevar una vida venturosa, y necesitaba, por tanto, lamer en lo dulce. Hubo en las aventuras de Asrum mujeres que tenían un sabor a cola de sirena, las que lo tenían a leche de cabra o a almizcle.
En Kandahar durmió con una bailarina a la que un amante despreciado le había cortado la lengua, y resultó tener ella un sabor excelente: el del fruto aún verde de la planta a la que llaman ambrosía, amargo y delicado, pero no era esa la fruta que él buscaba. Durmió otra noche en Nicosia, allá en Chipre, junto a una adolescente oscura de piel y de espíritu, de pechos muy pequeños pero ya caídos, y en ella halló el sabor del dátil maduro, que era sabor muy del gusto de Asrum, pero tampoco era ese el sabor de mujer que él buscaba. Como es de suponer, Asrum, a pesar de llevar en el corazón el peso alado de su quimera, que es un peso que hace etéreos a los hombres, necesitaba alimentarse, de modo que por las noches se adentraba en los huertos y robaba fruta, no siempre con bien: más de una vez lo apalearon, más de una vez lo apedrearon y en muchas ocasiones tuvo que huir del modo en que sólo saben huir los que ven a un demonio de mirada tricolor.
En una de esas huidas, cayó Asrum en una zanja y se rompió un brazo. El brazo roto de Asrum no le ayudaba en sus tareas galantes, pues suelen preferir las mujeres hermosas a los hombres enteros; aun así, antes de curarse la fractura, conoció a una tejedora que tenía el sabor del limón caliente, a una esclava que no tenía sabor alguno y a una niña que atesoraba el sabor confuso de un mar. Estos reveses enturbiaban las meditaciones de Asrum: «Seré siempre un desdichado. Nunca encontraré a la mujer de la que depende mi felicidad. Nunca encontraré ese sabor en mujer alguna, y moriré insatisfecho y solitario». Pero cada nuevo amanecer le reservaba un chispazo de optimismo: «Hoy es un día hermoso. El cielo está limpio. El aire es un oro en polvo que flota. Buen presagio. Hoy puede ser el día deseado en que encuentre a la mujer que busco». Y así, entre ilusiones renovadas diariamente, iba probando Asrum los sabores íntimos de las muchachas, viudas y rameras que hallaba a su paso, pero ninguna proporcionaba deleite suficiente a su paladar, que sólo para el sabor de la breva parecía tener papilas, pues todos los restantes despreciaba.
«Ay de mí», se lamentaba Asrum, «que tan desdichado soy: mi felicidad se cifra en un imposible», pues tanto manjar decepcionante había probado ya, que daba por iluso el propósito de hallar el sabor de la breva en mujer alguna de Oriente o de Occidente. Cuando se le agotaron sus ahorros, Asrum se convirtió en mendigo, al poco se transformó en un bebedor y más tarde descendió a la categoría de charlatán brumoso de taberna. «Ayuden a este desdichado que se ve así por haber alimentado el sueño que le inspiraron duendes fantasiosos. Una moneda para este hombre que morirá sin haber sido feliz», imploraba Asrum en el bullebulle de los zocos, sentado en el suelo con la mano extendida y los ojos clavados en la gente.
De "El sabor" Felipe Benítez Reyes, Rota 1999
Un día de tantos, aunque especialmente caluroso, se hallaba Asrum sentado a la puerta de su taller, repujando pellejos, cuando oyó casualmente una conversación entre dos vecinos: «Escucha lo que voy a decirte, Karim Al-Hahchah: si los higos de las mujeres tuviesen el mismo sabor que los higos que dan las higueras de Egipto, ellas serían felices por comidas y nosotros dichosos por glotones. Ten en cuenta, además, que si el higo de las mortales tuviese sabor a higo verdadero, más nos valdría prevenirnos de imaginar siquiera qué sabor habrían de tener los higos de las huríes que nos esperan impacientes en el Paraíso», y ambos vecinos rompieron a reír.
Tras oír este descabellado parlamento, Asrum dejó la gubia en su regazo y se puso a meditar: «Creo que en esa obscenidad que acabo de oír se esconde la llave de mi buenaventura: sólo lograré ser feliz si encuentro a una mujer cuyo sexo tenga sabor a higo de higuera breval, pues ése es el sabor que más me gusta». Y no es que Asrum tuviera la razón extraviada, según pudiera desprenderse de esta insensata conclusión, sino que de repente se había acordado de la enseñanza que le ofreció una vez un mago hambriento y errante, natural de Catay, a cambio de una torta de avena: «El sabor de tu vida dependerá del sabor de la fruta que comas. Si comes frutas ácidas, ácida será tu vida. Si dulces, dulces serán tus días sobre la Tierra. Si insípidas, serán insípidas tus horas. Todo depende de la fruta que elijas morder en la vida. Y, por raro que parezca, se puede elegir en muchos casos».
En su día, Asrum, como es natural, atribuyó este consejo a la afición legendaria de los de Catay a la alegoría y a la parábola, pues de suyo son las gentes de allí muy aficionadas a componer guirnaldas de lotos y de alas de mariposa con el más inconsútil de los pensamientos, pero de pronto, al recordarlo, se le reveló aquel consejo con la contundencia de un dogma: «El sabor. Todo depende del sabor», se dijo Asrum, «y a mí me gusta, más que cualquier otra, la fruta que da la higuera breval, de modo que si quiero ser feliz, debo encontrar a una mujer que me respete y que tenga sabor a breva, y espero que Alá no me confunda en esa búsqueda, sino que, por el contrario, me ilumine en ella, pues ha de resultarme sin duda fatigosa», pensó Asrum, meditabundo, y prosiguió: «He oído a los hombres contar muchas cosas sobre los cuerpos de las mujeres, pero jamás he oído a nadie decir que alguna de ellas tuviera en la parte más secreta de sí el sabor de la breva. La textura sí, pero no el sabor».
Con Alá a favor o en contra, el caso fue que tanto se enredó Asrum en estas cavilaciones, y a lo largo de tanto tiempo, que llegó el día en que decidió cerrar su negocio, dispuesto a comenzar de inmediato su búsqueda por el mundo de una mujer cuyo sexo tuviese el sabor del fruto que da la higuera breval, pues daba él por hecho que ninguna de las toscas mujeres de Istahad podría ofrecérselo, de modo que cogió sus ahorros exiguos y a correr mundo se fue, con el solo equipaje de su ilusión y con el solo mapa del azar, que es siempre incierto.
Por muchas ciudades y países vagó Asrum en busca de la mujer de la fruta ingastable, pues más jugosa y fresca sería esa fruta cuanto más se comiera de ella, según pronosticaba. Era apuesto Asrum, y siempre tuvo un trato amable con todos, por ser él de muy limpio corazón. Sólo sus manos, manchadas por las tinturas que se aplican al cordobán, evitaban pensar de él que fuese el hijo de un alfaquí o el heredero de una gran tienda de alfombras. Errabundo, en fin, anduvo Asrum, y sus paisanos se preguntaban al pasar frente a su taller cerrado: «¿Qué habrá sido de Asrum?».
En sus idas y venidas por el mundo, que fueron sinuosas, conoció Asrum a muchas mujeres, algunas de ellas muy bellas, y casi todas le gustaron, y a varias de ellas llegó a amar, pues resultaron tener espíritus serenos y benévolos, pero ninguna le dispensó el sabor de la breva, y él mantenía la superstición de que su felicidad se cifraba en el hecho de encontrar a una mujer que pudiera regalarle cada noche el placer de devorar una fruta carnal y caldosa, pues había ascendido a rango de precepto, según ha quedado ya dicho, la enseñanza del mago de Catay: la ventura de la vida de un hombre depende de un sabor, y él pretendía llevar una vida venturosa, y necesitaba, por tanto, lamer en lo dulce. Hubo en las aventuras de Asrum mujeres que tenían un sabor a cola de sirena, las que lo tenían a leche de cabra o a almizcle.
En Kandahar durmió con una bailarina a la que un amante despreciado le había cortado la lengua, y resultó tener ella un sabor excelente: el del fruto aún verde de la planta a la que llaman ambrosía, amargo y delicado, pero no era esa la fruta que él buscaba. Durmió otra noche en Nicosia, allá en Chipre, junto a una adolescente oscura de piel y de espíritu, de pechos muy pequeños pero ya caídos, y en ella halló el sabor del dátil maduro, que era sabor muy del gusto de Asrum, pero tampoco era ese el sabor de mujer que él buscaba. Como es de suponer, Asrum, a pesar de llevar en el corazón el peso alado de su quimera, que es un peso que hace etéreos a los hombres, necesitaba alimentarse, de modo que por las noches se adentraba en los huertos y robaba fruta, no siempre con bien: más de una vez lo apalearon, más de una vez lo apedrearon y en muchas ocasiones tuvo que huir del modo en que sólo saben huir los que ven a un demonio de mirada tricolor.
En una de esas huidas, cayó Asrum en una zanja y se rompió un brazo. El brazo roto de Asrum no le ayudaba en sus tareas galantes, pues suelen preferir las mujeres hermosas a los hombres enteros; aun así, antes de curarse la fractura, conoció a una tejedora que tenía el sabor del limón caliente, a una esclava que no tenía sabor alguno y a una niña que atesoraba el sabor confuso de un mar. Estos reveses enturbiaban las meditaciones de Asrum: «Seré siempre un desdichado. Nunca encontraré a la mujer de la que depende mi felicidad. Nunca encontraré ese sabor en mujer alguna, y moriré insatisfecho y solitario». Pero cada nuevo amanecer le reservaba un chispazo de optimismo: «Hoy es un día hermoso. El cielo está limpio. El aire es un oro en polvo que flota. Buen presagio. Hoy puede ser el día deseado en que encuentre a la mujer que busco». Y así, entre ilusiones renovadas diariamente, iba probando Asrum los sabores íntimos de las muchachas, viudas y rameras que hallaba a su paso, pero ninguna proporcionaba deleite suficiente a su paladar, que sólo para el sabor de la breva parecía tener papilas, pues todos los restantes despreciaba.
«Ay de mí», se lamentaba Asrum, «que tan desdichado soy: mi felicidad se cifra en un imposible», pues tanto manjar decepcionante había probado ya, que daba por iluso el propósito de hallar el sabor de la breva en mujer alguna de Oriente o de Occidente. Cuando se le agotaron sus ahorros, Asrum se convirtió en mendigo, al poco se transformó en un bebedor y más tarde descendió a la categoría de charlatán brumoso de taberna. «Ayuden a este desdichado que se ve así por haber alimentado el sueño que le inspiraron duendes fantasiosos. Una moneda para este hombre que morirá sin haber sido feliz», imploraba Asrum en el bullebulle de los zocos, sentado en el suelo con la mano extendida y los ojos clavados en la gente.
De "El sabor" Felipe Benítez Reyes, Rota 1999
domingo, 16 de noviembre de 2008
miércoles, 12 de noviembre de 2008
martes, 28 de octubre de 2008
viernes, 10 de octubre de 2008
domingo, 5 de octubre de 2008
Sostiene Felix de Azúa
Sostiene Felix de Azúa, a propósito de los caballos de la cueva de Chauvet sobre la exactitud de trazo, la seguridad y elegancia de las curvas, la perfecta proporción y, sobre todo lo demás, los ojos, apenas una leve almendra vivamente expresiva.
Sostiene también que los caballos de Rubens (o Velázquez) no miran igual, abrumados por la gloria del jinete y la desmesura del espectáculo. Los caballos cavernarios tienen la mirada tierna y dócil, como algo que resulta inseparable de los hombres.
Son estos caballos los que aún corren por las estepas de Asia Central, paticortos, cabezones, con el vientre abultado y de una resistencia legendaria con sus cortas crines alineadas en paralelo, al modo de mohicanos antiguos y modernos.
Estos caballos están pintados al carbón y al difumino, como si de una vieja sinopia se tratara, trazados quizá por la mano de aprendices bajo la dirección de un maestro que delineaba trazas asombrosas en las profundidades de hace treinta mil años. Tampoco los caballos de Chauvet- sostiene Azúa - tendrían nada que envidiar a la cuadriga griega que antiguamente coronaba la basílica de San Marcos de Venecia antes de ser sustituida por convencionales reproducciones de poliester.
Los caballos paleolíticos también serían superiores a los caballos de Meissonier. o incluso los del mismísimo Gericault, un maníaco de la equitación cuya afición le costaría la vida a la edad de treinta y tres años, tal y como es sabido.
Sin embargo, estas inquietantes pinturas se han aceptado con total naturalidad por el mundo contemporáneo, como si la aparición de imágenes perfectas en la historia del universo fuera cosa ya sabida y asumida. Y lo que es peor aún, el hecho de que dichas representaciones aparecieran dentro de una sociedad sin una previsible necesidad de adorno y situada en el límite mismo de la supervivencia.
Sostiene Azúa que esos caballos no pueden constituir imágenes religiosas ya que es imposible separar un ámbito específico para dicha cuestión en ese mundo primitivo: todo debía ser religioso o por el contrario nada lo era, con lo cual el adjetivo se convierte en algo fútil y sin interés. Posiblemente esos pintores ni eran religiosos ni creerían en nada, aunque temieran a lo inaprensible dañino, al igual que hoy en día se teme al Alzheimer, a la vejez o a la contaminación del aire y los mares.
Tampoco cree posible Azúa una asociación con los consabidos rituales de caza, del mismo modo que las pinturas ecuestres de los ya citados Rubens o Velázquez sólo tendría relaciones tangenciales y escasas con el protocolo de la casa de Austria.
Es indudable, sin embargo, que en algún momento los humanos necesitaron imágenes y precisamente entonces las produjeron. Esas imágenes nacieron cuando los humanos sintieron la inexcusable necesidad de ver hacia fuera, y con ello inventaron la visión entendida como un lugar orográfico desde donde se ve.
Esas propias imágenes crearían así un poderoso instrumento técnico de ampliación del cuerpo a través de la creación de otros mundos posibles: gracias a ése instrumento su mundo obligatorio (aquel al que luego se denominaría Paraíso) se convertiía en un dominio controlado imaginario manipulable a su merced.
Sostiene también Azúa la existencia de una necesidad insensata e inevitable que supuso la ruptura ya definitiva e inicua con el ámbito natural primitivo que ahora pasaría a ser representado con imágenes desde esa visión recién descubierta. No se sabe como ocurrió, pero cabe sospechar que la perfección súbita de esas imágenes parietales quizá revele la existencia de luchas seculares de enfrentamiento iconoclasta entre clanes y grupos, precisamente porque representar animales era rebajarlos de rango y los convertía en meras unidades intercambiables.
La representación rompió la unidad personal del animal convirtiéndolo en clase: a partir de la primera imagen esa individualidad del animal concreto se desvanecía y la carne pasó a ser una idea hasta llegar- según sostiene Azúa – al idealismo platónico en el que esa idea era solamente una sombra fugaz en la caverna.
Los hombres somos lo que dicen nuestras imágenes que marcan de ese modo la inserción del individuo en el cosmos separando lo que se puede ver de lo invisible. Esa pérdida es tan severa y terrible que habría que inventar luego a un sujeto (al que se llamaría "artista") para que pudiera investigar con mayor o menor propiedad en lo que los demás no pueden ver.
Entre aquel que vio a bisontes y caballos pintados y entre el que jamás los atisbó existe una separación existencial profunda, al igual que existe esa distancia entre el lienzo de un desnudo y la carne realmente contemplada.
Para quien no conoció las imágenes (sostiene Azúa) esos animales; caballos, ciervos o bisontes eran seres reales (a veces excepcionales) que se cruzaban en su camino, vivos, muertos o azuzados por los cazadores del clan, mientras que ese mismo clan se hallaba sometido aproximadamente al mismo destino incierto que sus víctimas. Esta condición producía un nivel de igualdad entre contemplador y contemplado, sin otro privilegio que el de la ocasión, dentro de un universo de oportunidades equivalentes.
Ese comportamiento determinó una profunda veneración entre los cazadores y las posibles víctimas que les habían permitido crecer y prosperar durante muchos milenios, de modo que la memoria del asunto ya se había perdido; esa relación constituía una parte del paisaje asumido por generaciones a lo largo de los años. Sin embargo, para el niño que ya había visto a aquellos animales en las paredes húmedas de la caverna, esos ejemplares reales eran sólo casos, o copias a lo sumo de los pintados ( y verdaderamente reales para él) que ya conocía desde que nació a través de los muros de su casa, o del fondo de aquella cueva al cual había sido conducido para aprender la realidad.
La imagen se había convertido en lo permanente y la carne real era tan sólo una forma que se cruzaba para desaparecer, ser olvidada y tal vez consumida. Una vez abolida esa frontera que abría paso franco al dominio de las representaciones y los signos sobre la propia realidad física, era obvio proceder a otra nueva operación que completara el vacío conceptual: para ello, el hombre produjo el invento de unos dioses que aparecerían o decaerían también en el mismo acto de ser representados.
De ese modo, quienes convivieron desde niños con las imágenes de los dioses no podrían creer en ellos si alguna vez y de milagro aparecieran realmente en su camino. Por esa razón, el cosmos del idólatra solamente se puebla con hombres (que son los que se ven) o espíritus (que no se pueden ver) ya que no existe ser que pueda ser igual la que se adora como tótem. Ese parece ser el origen del antiquísimo tabú iconoclasta (ni se representa a Dios, ni se le nombra) que se basa en una razón de creer que no se apoye en representaciones artísticas o formales (que serán en si mismo malignas y deben ser, en consecuencia destruidas). Queda por ver- según sostiene Azúa – cual será el lugar del otro en un mundo como el nuestro, constituido casi exclusivamente por imágenes... ¿Practicaremos en secreto y sin saberlo algún tipo de idolatría?
(Sobre el artículo de Félix de Azua. “El País” 13 de septiembre de 2008)
jueves, 21 de agosto de 2008
Pinceles obedientes
Pinceles obedientes que pintan en el lienzo mi figura desnuda recreándose en mis curvas poniendo especial atención en las zonas más redondeadas.
Cuál figura inmóvil quedo a tu merced pues cualquier movimiento es decisivo para una buena obra. Pinceles obedientes, suaves y sencillos.
Pinceles que acarician el lienzo con delicadeza, mientras tú el autor de mi obra me acaricias con la mirada cada centímetro de mi piel, me estudias cada pliegue, cada poro...
Y yo no puedo hacer nada, solo quedarme inmóvil. Me gusta saber que me observas, que me acaricias con la mirada. Pinceles obedientes...suaves... y sencillos
Miradas deseosas, pezones erectos, manos de artista desesperadas y pinceles obedientes, suaves y sencillos nos acompañan mientras me pintas
Besos...
Inocencia Prohibida
miércoles, 20 de agosto de 2008
jueves, 7 de agosto de 2008
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